Nuevas fronteras de la ciencia contemplativa
Una nueva generación de científicos estudia los efectos de la práctica espiritual en el cuerpo y la mente. Barry Boyce informa sobre lo que están descubriendo. The post Nuevas fronteras de la ciencia contemplativa appeared first on Lion’s Roar.
Cliff Saron vive y respira ciencia contemplativa. Este hombre, alto y con barba corta, dirige el laboratorio que lleva su nombre en el Centro para la Mente y el Cerebro de la Universidad de California en Davis, donde sus intereses de investigación abarcan desde cómo la meditación podría reducir el impacto del estrés en la atención hasta las cualidades contemplativas de la música, que explora junto con su esposa, Barbara Bogatin, violonchelista de la Sinfónica de San Francisco.
La carrera de Saron se remonta a 1975, cuando no existía un campo real llamado “ciencia contemplativa”. Recién salido de Harvard, fue ayudante de investigación en un laboratorio que evaluaba las respuestas cerebrales a los estímulos. Cambridge era un hervidero de interés por la meditación, y entre sus amigos y colegas se encontraban futuras luminarias de la ciencia contemplativa, como Richard Davidson y Dan Goleman.
En aquella época, el estudio de la meditación era visto con recelo por la ciencia convencional, por así decirlo. A más de un aspirante a investigador le recomendaron que se alejara del tema porque acabaría con su carrera. Pero los científicos y aspirantes a científicos —incluidos los científicos cognitivos y los psicólogos— empezaban a meditar, al igual que otros jóvenes de los años sesenta y setenta. Sus intereses científicos —cómo funcionan la mente y el cerebro, cómo concebimos al mundo, qué nos restringe, qué nos libera— se entrelazaban con sus propias exploraciones de la práctica de la meditación.
El Dalai Lama desempeñó un papel clave en el inicio del diálogo entre la ciencia y la práctica contemplativa. Llegó a la conclusión de que, a medida que el budismo se convertía en una fuerza más influyente en el mundo, necesitaba relacionarse más con la ciencia. Cuando los primeros exploradores científicos de la meditación se encontraron con el Dalai Lama y otros maestros budistas, se inició una extraordinaria serie de diálogos. Así nació el Instituto Mind & Life, que el científico cognitivo Francisco Varela y el empresario Adam Engle pusieron en marcha en 1987. Según el instituto, los fundadores “comprendieron que la ciencia era el marco dominante para la investigación de la naturaleza de la realidad y la fuente moderna de conocimientos que podían contribuir a mejorar la vida de las personas y el planeta”. Y se preguntaron: “¿qué impacto podrá lograrse al combinar la investigación científica con el poder transformador de la sabiduría contemplativa?”.
Cliff Saron con el Dalai Lama en McLeod Ganj, India, en 2009, tras un diálogo del Instituto Mind & Life en el que Saron presentó hallazgos sobre los cambios fisiológicos que acompañan a la práctica contemplativa. Fotografía cortesía de la Oficina de S. S. el Dalai Lama / Tenzin Choejor
A muchos les pareció una locura. Eran dos campos muy diferentes, y parecía que nunca se encontrarían. Uno de éstos, la práctica espiritual, era una experiencia interior y subjetiva, basada en una autoridad espiritual venerada. El otro, la ciencia, era completamente objetiva, basada únicamente en pruebas empíricas medibles. Pero, como dice Cliff Saron, hay más similitudes entre ambos de lo que podríamos pensar.
“Hacer buena ciencia”, dice, “es un camino contemplativo, como señaló mi mentor y amigo Francisco Varela. Tienes que admitir que no sabes lo que estás haciendo, porque nadie lo ha hecho antes, así que dejas que tus descubrimientos remodelen tu forma de pensar”. En la opinión de Saron, los científicos dan saltos creativos hacia lo desconocido, y es la misma cualidad de no saber, de aprender sobre la marcha mediante la experiencia directa, la que es esencial para la práctica contemplativa, empezando por la instrucción del Buda: “Sé una lámpara para ti mismo”.
Más que el esfuerzo por “probar que la meditación sirve”, es esta cualidad inquisitiva, en opinión de Saron, la que explica el hecho de que casi cuatro décadas después de las primeras reuniones que dieron origen a la ciencia contemplativa, ésta siga viva y en crecimiento, con laboratorios en todo el mundo que estudian los efectos de la práctica contemplativa sobre la atención, la memoria, la ansiedad, la compasión, la ecuanimidad, el dolor y un sinnúmero de otras condiciones.
Como testimonio de la profundidad y amplitud del trabajo en este campo, se pueden escuchar más de cincuenta horas de entrevistas en el podcast del Instituto Mind & Life, la mayoría con investigadores que fueron pioneros en la ciencia contemplativa. Esta primera generación de científicos contemplativos se encuentra ahora en su mayor parte en la fase final de su carrera, pero han estado construyendo laboratorios y tutelando a los investigadores que darán continuidad a la ciencia contemplativa. Para conocer de primera mano en qué trabajan estos investigadores y qué les motiva, hablé con algunos de los que se encuentran en el laboratorio de Cliff Saron en la Universidad de California en Davis y en el de Amisha Jha en la Universidad de Miami.
Brandon King era licenciado en Psicología e investigaba las emociones con el Sistema de Codificación de Acción Facial, popularizado por el psicólogo pionero Paul Ekman, cuando fue contratado para trabajar en el Proyecto Shamatha.
El Proyecto Shamatha es un estudio revolucionario sobre los efectos a largo plazo de la práctica de la meditación en participantes que realizaron tres meses de práctica intensiva en un centro budista de Colorado. Saron es el investigador principal, y los participantes son guiados en la práctica de la meditación por el director contemplativo y maestro budista B. Alan Wallace.
Brandon King se encontró con Saron en persona por vez primera cuando el científico lo recogió en el aeropuerto para llevarlo al remoto retiro en las Rocosas. Eso fue hace más de quince años, y King ha trabajado continuamente en la investigación de la ciencia contemplativa desde entonces. Actualmente es investigador postdoctoral en el Laboratorio Saron de la Universidad de California en Davis.
King se doctoró con una tesis sobre la investigación del Proyecto Shamatha. En concreto, examinó las respuestas de los meditadores al sufrimiento midiendo su frecuencia cardiaca y su respuesta cardiovascular al verse expuestos a determinados estímulos. Una cuestión habitual en este tipo de investigaciones es saber hasta qué punto el estímulo es realmente llamativo (es decir, impactante) para quien lo percibe. King empleó una metodología tradicional que expone a los sujetos a una serie de imágenes de amenazas: pistolas, serpientes y demás. Son sumamente llamativas, pero ¿qué sucede con las imágenes de personas sufriendo? ¿También resultan llamativas?
Brandon King edita una foto del Conjunto Temático de Imágenes Afectivas. El conjunto se utiliza en una investigación que compara los efectos de distintos tipos de entrenamiento contemplativo en respuesta al sufrimiento ajeno.
Fotografía de Clifford Saron
Como bien me lo ha dicho King, “las amenazas despiertan nuestro instinto de protección, la respuesta de lucha o huida, mientras que las imágenes de otros sufriendo no suelen ser tan llamativas. Si te vuelves más compasivo en función del entrenamiento en la meditación, ¿el sufrimiento de los demás se volverá más notorio para ti, provocando así una respuesta más parecida a la respuesta que tienes ante una amenaza directa?”.
Comparando las respuestas antes y después del retiro, King informó, en un en un artículo titulado “Cultivating Concern for Others: Meditation Training and Motivated Engagement with Human Suffering“( Cultivar la preocupación por los demás: Entrenamiento en meditación y compromiso motivado con el sufrimiento humano) en la revista Journal of Experimental Psychology: General, que la diferencia entre las respuestas de los participantes ante imágenes que representaban amenazas para ellos mismos y ante imágenes que representaban el sufrimiento de los demás se había reducido. Esto llevó a inferir que la atención de los practicantes se había transmutado para notar más el sufrimiento de los demás, presumiblemente un precursor de la preocupación por su bienestar.
Junto con otros miembros del laboratorio, King ha continuado su investigación en esta dirección, comparando los efectos de distintos tipos de entrenamiento contemplativo en respuesta al sufrimiento ajeno. También han aprovechado este proyecto para innovar, creando una mayor variedad de escenas de sufrimiento y empleando el seguimiento ocular para medir la respuesta.
Este nuevo trabajo se conoce como el Proyecto Pathways (Caminos), porque en el Laboratorio Saron existe un gran interés por saber cómo funcionan los distintos tipos o caminos de formación para los distintos tipos de personas. A King, en particular, le encantaría saber más sobre cómo las personas toman decisiones en torno a su práctica de meditación. ¿Cómo deciden cuánto meditar, qué tipo de meditación practicar, con qué intensidad y cómo integrarla en la vida cotidiana? Mientras que la religión suele dar por sentado que todo el mundo es igual, la ciencia revela una enorme variabilidad. No existe una “talla” única.
Un monje vistiendo hábitos y con electrodos en la cabeza: ésa es la imagen emblemática del estudio científico de los meditadores, tal y como aparece en la portada de National Geographic de marzo de 2005. Pero para Quinn Conklin, esa imagen no encaja con su forma de investigar.
Con una licenciatura en biología y un interés por la meditación y el yoga, Conklin no quería seguir el enfoque de la neurociencia, que implica una enorme cantidad de informática. Hay muchas otras formas de estudiar los efectos de la práctica contemplativa —y los de su contraparte, el estrés— además de la actividad eléctrica (mediante el electroencefalograma) o el flujo sanguíneo a diferentes regiones del cerebro (utilizando la imagen por resonancia magnética funcional).
Las muestras de sangre, por ejemplo, pueden medir biomarcadores como la longitud de los telómeros, que se ve afectada por el estrés crónico. Los telómeros son secuencias repetitivas de ADN que protegen nuestro material genético flanqueando los extremos de nuestros cromosomas. Se acortan progresivamente con la edad, pero la rapidez con la que esto sucede puede verse afectada por el estilo de vida.
Conklin se sintió atraída por el Laboratorio Saron por su trabajo sobre la telomerasa, que es la enzima que mantiene la longitud de los telómeros. Este trabajo estaba en consonancia con su creciente interés por los efectos de la adversidad y el trauma en nuestra biología y por cómo las prácticas contemplativas podrían facilitar la sanación.
El Proyecto Shamatha había demostrado que los niveles de telomerasa podían verse afectados por la práctica de la meditación, por lo que el laboratorio incluyó la investigación de los telómeros en un estudio posterior de meditadores de un mes en el Centro de Meditación Spirit Rock, en el norte de California. Ese trabajo se convirtió en una parte clave de la tesis de Conklin, en la que explora los datos del retiro de un mes que muestran un aumento de la longitud de los telómeros de los participantes.
Quinn Conklin prepara muestras de sangre de practicantes de meditación de introspección para analizar los telómeros, una medida del envejecimiento biológico. Fotografía de Clifford Saron
Desde entonces, Conklin ha pasado a ser una de los investigadores principales del proyecto Contemplative Coping During Covid-19 (Afrontamiento contemplativo durante el Covid-19). Este estudio analizó la experiencia de aproximadamente trescientos cincuenta meditadores durante la pandemia, e incluyó la medición del acortamiento de los telómeros en relación con los factores estresantes que experimentaron las personas durante el año que duró el estudio, tratando de determinar en qué medida los meditadores recurrieron a prácticas contemplativas para hacer frente a los factores estresantes relacionados con el Covid, y si la práctica contemplativa se relacionaba con mejores resultados biológicos y de salud mental. Los datos se recopilaron entre junio de 2020 y febrero de 2022, y, al momento de esta publicación, su análisis aún continúa.
La práctica personal de Conklin interactúa con su investigación de forma interesante. “Tengo una práctica de meditación continua”, me dice. “También soy una científica que investiga en la práctica. Sin embargo, cuando oigo a maestros budistas utilizar la ciencia como razón o motivación para practicar, me resulta difícil de digerir, porque sé lo precoz que es gran parte de la ciencia.
“Y sí, hay muchas investigaciones que confirman que estas prácticas son propicias para el bienestar, pero, como practicante, no me parecen tan convincentes en comparación con cómo se muestran y manifiestan en mi propia vida. La meditación no se presta a ser estudiada fácilmente. La palabra en sí contiene muchos significados distintos. Mi interés continuo, sin embargo, es aprender más sobre cómo funcionan estas prácticas, y qué podríamos mejorar para fomentar un mayor bienestar para más personas.”
Para Tony Zanesco, todo empezó una mañana temprano, cuando estaba sentado en un café leyendo un libro sobre budismo. Estudiaba psicología y filosofía en la Universidad de California en Davis, y había estado tanteando el terreno con la práctica de la meditación. Quién iba a pasar por allí sino Cliff Saron, que vio el libro y entabló conversación. Eso le llevó a visitar el Centro para la Mente y el Cerebro, que estaba en sus primeros años, y finalmente a trabajar en el Proyecto Shamatha.
Zanesco se encontró viviendo en el sótano del Shambhala Mountain Center, ahora Drala Mountain Center, que albergaba el proyecto. Los participantes meditaban arriba de su habitación del sótano y periódicamente bajaban a su guarida subterránea para conectarse a máquinas que medían su actividad cerebral mientras realizaban determinadas tareas. Los maestros zen reúnen a los meditadores en pequeñas salas y les hacen preguntas complejas para evaluar si su práctica está funcionando. De igual manera, los investigadores científicos también invitan a los meditadores a pequeñas salas en busca de distintos tipos de pruebas.
Zanesco guarda buenos recuerdos del Proyecto Shamatha. “Es poco común tener la oportunidad de participar en un estudio amplio e intensivo que mida la actividad cerebral de los meditadores”, afirma. “Mientras los meditadores estaban en retiro, nosotros estábamos también en un retiro de trabajo debajo de ellos, operando un laboratorio a gran escala con dos toneladas de equipo, trabajando doce horas al día, y también siguiendo algunos de los protocolos del retiro, incluyendo mantener silencio en los pasillos y baños. Pude ver el valor de la práctica contemplativa y me picó el bicho de la investigación neurocientífica”.
El Proyecto Shamatha es uno de los estudios longitudinales sobre meditación más exhaustivos jamás realizados. Tony Zanesco y Sharon Studinger, participante del Proyecto Shamatha, se preparan para una sesión experimental de electroencefalograma. Fotografía cortesía del Proyecto Shamatha
Zanesco se convirtió en uno de los primeros estudiantes de posgrado del Laboratorio Saron. Después, tras doctorarse en 2017, se trasladó a otro de los centros de investigación contemplativa más importantes del país, el Laboratorio Jha de la Universidad de Miami, bajo la dirección de Amishi Jha.
El Laboratorio Jha es conocido sobre todo por sus trabajos sobre la atención sostenida, la memoria y la resiliencia. Entre las personas que estudia se encuentran militares y personal de primera intervención. Zanesco había estado trabajando sobre la divagación mental en el Laboratorio Saron y continúa haciéndolo en su puesto actual. La divagación mental puede parecer relativamente inofensiva, incluso beneficiosa en algunos contextos, pero cuando la mente se desvía de la tarea, si eres piloto o bombero, puede ser fatal. Incluso en circunstancias de vida o muerte, nuestra mente se puede descarrilar y entrar en espirales de ansiedad rumiativa.
La pregunta central de la investigación de Zanesco es cuánto se pueden entrenar los procesos cognitivos tales como la atención, y qué tipo de entrenamiento y en qué dosis puede marcar la diferencia. Un método estándar para medir la atención sostenida pide a los participantes que pasen unos treinta minutos mirando una pantalla que presenta repetidamente líneas con diferencias mínimas de longitud. Con el tiempo, nuestra “vigilancia” disminuye: la atención tiende a rezagarse y cada vez se nos da menos la tarea de distinguir las líneas.
Zanesco no condena la imaginación per se y reconoce que puede ser fuente de cierta creatividad. No obstante, afirma: “Está claro que hay momentos en los que divagar por la mente nos aparta de una tarea que tiene consecuencias reales. ¿Tenemos cierto control cognitivo, o somos incapaces de dejar de soñar despiertos, incluso cuando surge la necesidad? La voluntad sobre nuestro proceso cognitivo parece ser una faceta del entrenamiento mental”.
En su trabajo tanto en el Proyecto Shamatha como en el Laboratorio Jha, los resultados han indicado una disminución de la divagación mental y una mayor atención sostenida como consecuencia del entrenamiento en atención plena. Sin embargo, como suele suceder, estos resultados son provisorios.
“Son fenómenos muy difíciles de estudiar”, afirma. “Los humanos somos complicados. Y, sin embargo, la vara del rigor de la investigación psicológica y la calidad de las pruebas son cada vez más altas. Necesitamos entender mejor a nivel básico cómo funcionan estos sofisticados procesos cognitivos y cómo podemos entrenarlos. ¿Qué tipo de prácticas funcionan y cómo lo hacen?”.
Alea Skwara sintonizó profundamente con el sufrimiento desde una edad temprana. Incluso de niña, recuerda que “caía en la madriguera del sufrimiento ajeno”. La cuestión de cómo aliviar el sufrimiento en el mundo fue continuamente filtrándose en su mente. Esa es, por supuesto, la cuestión central y el objetivo del budismo, y después de la universidad comenzó a practicar en la tradición budista tibetana.
Skwara empezó a trabajar en el campo de la salud, pero pronto se desilusionó por la forma en que el sistema sanitario estaba dirigido por las aseguradoras y el recorte de costes. También salía con otros meditadores y, mientras que la práctica le permitía abrirse y estar más disponible y presente emocionalmente, parecía ocurrir lo contrario con algunos de los jóvenes con los que se encontraba. Se veían centrados en la ambición espiritual, y su práctica parecía hacerlos más estrictos y menos tolerantes. Se preguntaba cómo personas que realizaban las mismas prácticas podían tener resultados tan diferentes.
Estas preguntas la llevaron a cursar un maestria en Psicología y Neurociencia en la Universidad de Nueva York, a trabajar dos años como jefa de laboratorio en Harvard y, por último, al programa de doctorado de Cliff Saron en la Universidad de California en Davis.
Alea Skwara muestra un sistema de recopilación de datos con una cámara web, una mentonera personalizada y un reloj inteligente de investigación. Este montaje sirve para estudiar cómo la práctica contemplativa afecta la compasión. Fotografía de Samuel Jain
En el Laboratorio Saron empezó por analizar los datos de actividad cerebral del entrenamiento en compasión del Proyecto Shamatha para ver si había pruebas de que, con la práctica, podemos cultivar la compasión por personas hacia las que no estamos naturalmente inclinados a sentir compasión. Los datos del electroencefalograma no proporcionaron esa evidencia, lo que llevó a una investigación más profunda sobre la forma en que está estructurado el entrenamiento en compasión y los retos de investigar la meditación.
Skwara lo describe así: “Hay un deseo de demostrar que las prácticas funcionan, pero como meditadora que practica la ciencia, también tengo que aplicar la ecuanimidad y la mente de principiante a mi investigación —no apegarme al resultado, no apegarme a demostrar algo— y sólo tratar de comprender”. En la meditación, me familiarizo con mi propia mente. Aquí me estoy familiarizando con fenómenos que esperemos nos enseñen algo que pueda servir al mundo. Creo que hay valor, tanto en la aplicación práctica de la investigación sobre la meditación, como en la construcción de una comprensión más profunda de la mente, que nos lleve a convertirnos en una especie más compasiva.
“Una cosa es que nos enseñen que los humanos siempre tenemos divisiones y que luchamos en guerras porque así está estructurado nuestro cerebro. Otra cosa es que nos enseñen que los seres humanos tenemos una inmensa capacidad para ampliar nuestra atención a los demás, y he aquí cómo lo hace nuestro cerebro. Eso es importante”.
Los investigadores con los que hablé son jóvenes, sumamente preparados —por lo general, tanto en la investigación como en la práctica contemplativa— y dedicados a la causa de hacer avanzar nuestro conocimiento sobre cómo funcionan los mecanismos cognitivos y cómo pueden entrenarse para lograr un mayor bienestar, sanación y salud. Creen en el valor del estudio riguroso de la práctica contemplativa. Sin duda, este trabajo ha avanzado mucho desde los tiempos en que se aconsejaba a los primeros investigadores que se mantuvieran alejados de la investigación sobre la meditación porque podía acabar con sus carreras.
Hoy en día, existe una mayor aceptación de la validez de la práctica contemplativa y un mayor interés general en que se estudie, al igual que cualquier otro tipo de intervención para mejorar el bienestar humano es objeto de estudio en nuestro mundo moderno. Pero una nueva generación de investigadores está trabajando para llevar aún más lejos el poder de la práctica contemplativa. No necesitan preocuparse por legitimar este campo de estudio (eso ya está hecho), ni están obsesionados por intentar demostrar que las prácticas funcionan. Quieren hacer avanzar los descubrimientos por el bien común.
Como bien Cliff Saron me ha dejado en claro en nuestras conversaciones, la ciencia se basa en una mente inquisitiva e implacablemente curiosa. En ese sentido, la ciencia y la práctica contemplativa son de naturaleza similar y, en algunos contextos, puede incluso decirse que la ciencia es una forma de contemplación. Las repetidas investigaciones científicas sobre la estructura de nuestro mundo nos revelan una y otra vez la impermanencia y la interconexión que constituyen el corazón de la espiritualidad: que estamos conectados con todo lo que nos rodea y con nuestro interior.
La poetisa y antigua monja budista Jane Hirshfield cree que la ciencia, la poesía y la espiritualidad no están tan alejadas como pensamos. El desconocimiento es fundamental en todas ellas. Como dijo en la Cumbre del Premio Nobel de mayo de 2023: “Ninguno de nosotros acaba en su propia piel. Esta es una verdad tanto de la poesía como de la ciencia”. Es una verdad tanto del budismo como de la ciencia.
Este artículo pertenece al número de marzo de 2024 de la revista Lion’s Roar .
BARRY BOYCE
Barry Boyce ha sido practicante y maestro de meditación durante un largo tiempo, además de escritor y editor profesional. Es editor y uno de los principales colaboradores del libro The Mindfulness Revolution: Leading Psychologists, Scientists, Artists, and Meditation Teachers on the Power of Mindfulness in Daily Life. También trabajó con el congresista Tim Ryan en sus libros A Mindful Nation y The Real Food Revolution. Barry también es coaturor de The Rules of Victory, un comentario sobre los principios estratégicos que subyacen en la obra de Sun Tzu, El Arte de la Guerra.
ESTEFANIA DUQUE (TRADUCTORA)
Estefania es licenciada en Lenguas Modernas e Interculturalidad por la Universidad De La Salle Bajío. Creció en la calidez de la comunidad budista de Casa Tibet México y actualmente cursa un Programa de Formación de Traductores de Tibetano en Dharma Sagar, con la aspiración de traducir el Dharma directamente del tibetano al español.
A longtime meditation practitioner and teacher, as well as a professional writer and editor, Barry Boyce is the editor of and a primary contributor to the book The Mindfulness Revolution: Leading Psychologists, Scientists, Artists, and Meditation Teachers on the Power of Mindfulness in Daily Life. He also worked with Congressman Tim Ryan on his books A Mindful Nation and The Real Food Revolution. Barry is also co-author of The Rules of Victory, a commentary on the strategic principles that underlie Sun Tzu’s Art of War.