La tierra pura del parkour
Da el salto, dice An Tran. Descubre que el paisaje urbano es un lugar de gozo y maravilla. The post La tierra pura del parkour appeared first on Lion’s Roar.
Con una carrera de largas y poderosas zancadas, se lanzó de cabeza contra una losa de concreto que sobresalía del suelo. Extendió los brazos hacia delante y su cuerpo se estiró en el aire, como un león que salta sobre su presa. Al golpear con las palmas de las manos sobre la losa, dobló con elegancia las rodillas hacia el pecho y estiró el cuerpo entre los brazos. A continuación, se lanzó hacia delante en una bola apretada y se elevó varios metros por el aire, aterrizando agachado con precisión en otro alféizar, una superficie no más larga que sus propios zapatos, desde la que saltó despreocupadamente, cayendo con suavidad y gracia al suelo unos dos metros por debajo de él, antes de alejarse de la cámara corriendo como un ciervo asustado.
Esto fue en 2005. Varios videos de este tipo empezaron a aparecer en Internet, adornados con títulos bulliciosos como Speed Air Man y Power Is Nothing Without Control, que mostraban a jóvenes atletas franceses e ingleses dando saltos asombrosos por los tejados, colgándose de barandillas, girando, retorciéndose, rodando por paisajes urbanos con una agilidad aparentemente sobrehumana. Se movían con suma libertad. Las paredes no eran más que peldaños hacia el siguiente alféizar; las vallas eran puntos de apoyo para arrojar el cuerpo hacia una bóveda.
«En el corazón mismo del parkour se encuentra la celebración de lo preciado que es el nacimiento. »
Me quedé boquiabierto. Nunca antes había visto a un ser humano moverse así, ¡nadie lo había hecho! Yo conocía las artes marciales tradicionales vietnamitas, pero esta forma de entrenar el cuerpo era totalmente nueva para mí. Los atletas que subían los videos lo llamaban parkour, una forma artística de movimiento acrobático en la que los practicantes utilizan el entorno para propulsar sus cuerpos rápida y eficazmente por el espacio.
Aunque el parkour es mucho más conocido por su espectáculo —atletas jóvenes y fenomenalmente dotados que escalan y saltan desde edificios, dan volteretas y hacen piruetas desde estructuras urbanas—, lo que me atrajo del movimiento incipiente fue cómo la comunidad inicial hablaba de la disciplina como una filosofía de altruismo, como un entrenamiento de autodefensa que era un complemento espiritual de las artes marciales, una autodefensa de huida y escape, más que de confrontación y conflicto. Esta idea me resultó tan novedosa, tan cautivadora: una disciplina del movimiento que se entrelaza con una espiritualidad humanista, de cultivo de la virtud por medio del retorno de la mente al cuerpo y el reaprendizaje de cómo el cuerpo humano debe moverse e interactuar con el entorno que le rodea.
Me sumergí en la comunidad, el entrenamiento y la filosofía. Durante los veinte años siguientes, mientras el parkour se convirtió en una moda en la cultura popular y luego volvió a caer, me dediqué a organizar comunidades locales. Ayudé a abrir los primeros gimnasios de parkour del país y entrené a la siguiente generación de traceurs (el nombre que nos damos a nosotros mismos los practicantes de parkour). A medida que me desarrollaba en el parkour, descubrí inadvertidamente que la disciplina sustentaba y profundizaba mi práctica budista de muchas maneras sorprendentes, llegando a ver la práctica del parkour como una expresión física del Camino del Bodhisattva.
En el corazón mismo del parkour se encuentra la celebración de lo preciado que es el nacimiento. Esto es lo que me enamoró: la capacidad mágica de la disciplina para inspirar un profundo regocijo por el mero hecho de existir en el espacio. Mover el cuerpo en el mundo, tocar físicamente el entorno, sentir el concreto en la piel, transformar los muros y las barandillas que deben bloquear y guiar el camino en patios de recreo para escalar y saltar. Éstas son las prácticas rituales del parkour que recuperan esa olvidada alegría infantil del juego a través del movimiento, que saturan el espíritu con una realización profunda y primigenia.
Los traceurs tenemos una teoría sencilla para explicar por qué el parkour es capaz de suscitar una experiencia tan aparentemente universal: los seres humanos son animales. Los seres humanos somos más felices y estamos más conectados entre nosotros cuando estamos en sintonía con la forma en que el cuerpo debe moverse e interactuar con el entorno. Al reconectar con el cuerpo humano y sus capacidades naturales para moverse por el mundo, surge un amor sincero por la humanidad y, en consecuencia, también una aspiración innata de conexión social y altruismo. Al principio, coreábamos como lema «¡Sé fuerte para ser útil!» —con toda la seriedad que se pueda imaginar de unos adolescentes idealistas que creían estar haciendo algo importante por el mundo— y luego íbamos a saltar y jugar en los gimnasios de concreto de nuestros campus universitarios. Creíamos que difundiendo nuestra disciplina, compartiendo este amor por la humanidad expresado a través del movimiento y el juego, estábamos salvando el mundo. Éramos bodhisattvas que animaban a los demás a volver a enamorarse de la dicha de ser humanos y de todas las maravillas naturales implícitas en el cuerpo humano, a la espera de ser reveladas con la orientación adecuada. Con el simple estímulo de simplemente… ir. Moverse. Jugar.
Cuando saltas, la mente sólo puede estar unida a la experiencia del cuerpo, centrada en el momento, centrada en la conciencia del cuerpo, en la postura que se comprime suavemente como un resorte antes del salto, en el balanceo de los brazos, en la inundación y el drenaje de la respiración desde el fondo del abdomen. Tu conciencia debe atender a todos y cada uno de los momentos a medida que surgen y pasan. Cuando saltas, sientes la fuerza de la tierra empujando contra tus piernas, la onda tensa de esa energía subiendo y desenrollando los músculos de tus piernas y lanzando tu cuerpo por los aires. Cuando aterrizas, sientes cómo los músculos de tus piernas se tensan contra tu piel, cómo el armazón de tu cuerpo se pliega, cediendo suavemente a la gravedad, para ralentizar el descenso mientras el suelo se estira para atraparte en su suave abrazo. ¡Qué maravilloso es ser un humano en este mundo!
El cuerpo humano está hecho para saltar, escalar, correr, andar, gatear, columpiarse. El parkour nos recuerda que estamos hechos para tocar el mundo e interactuar con él, en lugar de resguardarnos de él. Pero la historia de la sociedad nos dice simplemente que nos quedemos parados o sentados, que permanezcamos en estos caminos definidos y dejemos que estos muros de concreto y senderos de asfalto nos guíen como ganado de casa al trabajo y viceversa. Hemos perdido el contacto con nuestra humanidad. No con la humanidad de la civilización, sino con la humanidad del cuerpo. Tómate un momento para pensar. ¿Cuándo fue la última vez que saltaste sólo para sentir lo que se siente al saltar? ¿Para experimentar la fugaz alegría de estar sin ataduras durante un breve instante? ¿Cuándo fue la última vez que el mundo te arañó la pierna y te dejó un rasguño, o la última vez que sentiste la aspereza del concreto o la rugosidad de la corteza de un árbol en las palmas de las manos? En la edad adulta moderna, hemos limitado nuestros cuerpos a caminar por senderos fijos, mantener horarios de estar sentados y de pie, y tal vez trotar o montar en bicicleta de vez en cuando. El parkour, a pesar de su reputación como espectáculo de hazañas atléticas sobrehumanas, es en el fondo una celebración del movimiento humano natural, una meditación sobre el asombro y la maravilla de esta forma física al interactuar con el entorno material.
Toda persona que inicie un viaje en el parkour vivirá un cambio inmediato y drástico en su forma de experimentar el mundo: nada volverá a parecer igual. Llamamos a esta experiencia el «ojo de parkour», cuando todas las grises y grotescas estructuras angulares del paisaje urbano se transforman mágicamente en maravillas para la aventura: las cornisas son ahora trampolines; los barandales y los postes se convierten en las barras de un juego de pasamanos para trepar y columpiarse; cada espacio abierto entre superficies planas se convierte en un desafío para saltar al otro lado. Cada vez que veo que el ojo de parkour se abre en nuevos practicantes, recuerdo cómo este mismo mundo puede transformarse en una Tierra Pura instantáneamente cuando se tiene una visión de la vacuidad y una mente purificada, como lo demostró Vimalakirti a la asamblea del Buda en el Sutra Vimalakirti Nirdesa. Pero esta transformación de la visión no depende del poder de la sabiduría de un gran bodhisattva. Puedes experimentarla fácilmente aquí y ahora. El aburrido mundo de la estructura, el consumismo y el comercio se purifica. De repente, no hay escaleras ni muros ni barricadas, ni reglas que dicten que hay que ir por aquí o por allá. Sólo existe un gran y hermoso patio de recreo y la infinita capacidad del movimiento humano para producir felicidad y asombro. Basta con salir a la calle y tocar el mundo con las manos y los pies: correr, saltar, escalar. Jugar. Aléjate del reino de los pensamientos y las ideas. Regresa a tu cuerpo. Sé humano. Este mundo es un patio de recreo. Este mundo es una Tierra Pura.
AN TRAN
An Tran es autor de la colección de relatos Meditations on the Mother Tongue, (Meditaciones sobre la lengua materna) y practicante del linaje Lieu Quan del Zen vietnamita.
ESTEFANIA DUQUE (TRADUCTORA)
Estefania es licenciada en Lenguas Modernas e Interculturalidad por la Universidad De La Salle Bajío. Creció en la calidez de la comunidad budista de Casa Tibet México y actualmente cursa un Programa de Formación de Traductores de Tibetano en Dharma Sagar, con la aspiración de traducir el Dharma directamente del tibetano al español.
An Tran is the author of the short story collection, Meditations on the Mother Tongue, and a practitioner in the Lieu Quan lineage of Vietnamese Zen.