Los “Cinco Recordatorios” del Budismo: Un llamado al despertar para todos
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Perfectamente claros, compasivos y concisos, los “Cinco Recordatorios” son de lo mejor del budismo. Explica Koun Franz.
Con frecuencia me preguntan: “¿Qué es el budismo?”. Suelo explicar directamente lo que se conoce como los “tres sellos” del budismo: los conceptos de insatisfacción, impermanencia y ausencia del yo. Les digo: “Éstos son los fundamentos estructurales del budismo”. Pero es mucho para asimilar. Si fuera más hábil, probablemente mandaría imprimir algunas tarjetas de presentación con los “Cinco Recordatorios” del budismo fundacional. Y así, cuando alguien me preguntara: “¿Qué es el budismo?” Yo le respondería, “Ten. Es esto.”
Soy de la naturaleza de envejecer. No hay forma de escapar a la vejez. Soy de la naturaleza de enfermar. No hay forma de escapar a la enfermedad. Soy de la naturaleza de morir. No hay forma de escapar a la muerte. Todo lo que me es querido y todos a los que amo son de naturaleza cambiante. No hay forma de escapar el separarme de ellos. Mis acciones son lo único que verdaderamente me pertenece. No puedo escapar a las consecuencias de mis acciones. Mis acciones son la base sobre la cual me sostengo.Estos cinco recordatorios, que se mencionaron por primera vez en el Sutta Upajjhatthana (“Temas para la Contemplación”), fueron diseñados para recitarse. Están hechos para memorizarse. Son algo que podemos repetir todos los días. Tal vez sean lo primero que dices al levantarte, o el primer pensamiento que tienes antes de acostarte; tal vez estén pegadas junto al espejo del baño o en la barra de la cocina. Y a medida que se interiorizan, se convierten en una especie de piedra de toque, en un recordatorio constante para ti mismo de que eres de la naturaleza de envejecer, que no hay manera de evitar el envejecimiento; que no hay manera de evitar la enfermedad. Que no hay manera de evitar la muerte.
Estos tres primeros, por supuesto, son esencialmente los que impulsaron al Buda a convertirse en el Buda. Éstos fueron los llamados centrales de su vida antes de “despertar”: la enfermedad, la vejez, la muerte. Es sumamente lógico.
Si memorizas los cinco, no necesitas más enseñanzas. Voy a divagar un poco sobre esto, pero en realidad ya está todo dispuesto. Ya está completo. Es el budismo en su máxima expresión. Queda perfectamente claro. Es perfectamente compasivo. Es perfectamente conciso. Y no hay manera de contradecirlo. Es algo de importancia.
No apartes la mirada. Date cuenta de lo que estás viendo.
Así que tenemos la enfermedad, la vejez, la muerte, y luego tenemos los otros dos últimos. “Todo lo que me es querido y todos a los que amo son de naturaleza cambiante”. Esto es la impermanencia. “No hay forma de escapar el separarme” — y ahí tenemos un poco de la especia de dukkha, o insatisfacción. Todo va a cambiar; nada va a ser nunca como yo quiero que sea, como yo necesito que sea, como yo considero que debería ser. No puedo conservar lo perfecto. No puedo conservar nada.
Las decimos en primera persona, pero podemos decirlas en segunda. Tal vez no en voz alta, pero mientras ves a tus padres que envejecen, mientras ves a tu amigo que sufre por una enfermedad debilitadora, mientras ves a tus hijos que pasan por todas las alegrías y las dificultades de crecer, puedes hacer una pausa y decir en tu fuero interno:
Eres de la naturaleza de envejecer.
Eres de la naturaleza de morir.
Sufrirás de separaciones y pérdidas.
No deberíamos finjir que no. Y, por supuesto, también podemos decirlo en plural: todos nosotros somos así. Todos vamos a perder lo que tenemos, si es que alguna vez lo tuvimos. Todos somos de esta naturaleza. Algunos de mis momentos más aterrizados y sencillos en relación con esta práctica han tenido lugar en entornos como estaciones del metro, momentos de estar rodeado por cientos o miles de personas y ver tantas caras, más de las que uno puede procesar, y entonces pensar, “Oh, TODOS nosotros somos así. Todo lo que es verdad para mí sobre esta práctica es verdad para ellos”. Así, cambia el ambiente. Cambia el aire. No porque algo bueno haya ocurrido, sino porque he echado una breve y honesta mirada sobre dónde me encuentro.
El quinto recordatorio es quizá el más interesante. “Mis acciones son lo único que verdaderamente me pertenece. No puedo escapar a las consecuencias de mis acciones. Mis acciones son la base sobre la cual me sostengo”. Esto habla del karma. He oído decir, y quizá tú también, la frase: somos dueños de nuestras acciones, mas no de los frutos de nuestras acciones. Experimentamos las consecuencias, pero no obtenemos las recompensas. Dentro de mi tradición, el Zen, podemos entender esto hasta cierto punto como una práctica de verificación, la enseñanza central del Dogen de que el significado de lo que hacemos se expresa, en su totalidad, en lo que hacemos. Lo importante es lo que hacemos.
Mi vida se está expresando al cien por ciento ahora mismo. Así es mi vida ahora mismo. No hay antecedentes. No hay nada que esté oculto. Y es igualmente cierto para ti, estés donde estés y en cualquier parte del mundo. Te sientes como te sientes, respires como respires, así eres tú, no sólo una versión de ti, sino el tú en su totalidad, la culminación de tu vida.
Lo que elijas hacer en este momento importa. Tendrá sus consecuencias. Y aunque puedes elegir qué acciones tomar, no puedes elegir cuáles serán sus consecuencias. Es como apuntar con arco y flecha mientras corres: sabes cuál es el blanco que deseas acertar. Quizá lo consigas. Quizá no. Lo haces lo mejor que puedes, pero tienes que aceptar las consecuencias de lo que ocurra, porque ¿qué otra opción te queda? Así que el quinto recordatorio dice que lo que haces importa, así que vive consciente de ello.
Estos Cinco Recordatorios son poderosos. Son suficientes. Más que suficientes. Pero quiero añadir otra pieza, y es que en otro sutra, el Devaduta Sutta (“Los Mensajeros Deva”), se habla de los Recordatorios, pero desde un ángulo diferente: “Los Cinco Mensajeros Divinos”. Cuando nos encontramos con estos cinco mensajeros divinos, nos hacen evocar los Cinco Recordatorios.
Me encanta el primero: me hace confiar en la lista entera: pensemos en los recién nacidos. Cuando nos encontramos con un recién nacido, aunque no tengamos filosofía particular alguna sobre la naturaleza de la realidad, algo nos impacta fuertemente. Hay algo estremecedor en un recién nacido. En esa carita, lo vemos todo; vemos algo perfecto. Y al mismo tiempo, sabemos que no puede permanecer. Jamás desearíamos que ese bebé no creciera, que no se hiciera mayor. Y al mismo tiempo, cuando ese niño se hace un poco mayor, puede que no seamos capaces de ver su perfección con tanta claridad. Así que hay una sensación de pérdida. Hay una comprensión de que esto es temporal — y al mismo tiempo, completo.
El segundo mensajero divino es “un anciano encorvado y de dientes rotos”. Cada vez que notas a alguien que ha llegado a una edad avanzada —y en este caso, una especie de ejemplo extremo, alguien que realmente ha sentido los estragos de la edad—, es un mensajero divino. Es una especie de ángel que se aparece para recordarte, en caso de que lo hayas olvidado en este momento o por hoy, que tú también tienes la naturaleza de envejecer, que no puedes escapar.
No apartes la mirada. Agradece.
El tercer mensajero es alguien que sufre por una enfermedad. Parte de lo que me gusta de esta enseñanza es que he oído decir muchas veces a la gente que, cuando ves a otra persona que sufre, deberías contar tus bendiciones por no estar sufriendo tú de la misma manera. Esta enseñanza afirma lo contrario: “Esa persona está sufriendo. No te engañes: esa persona te está mostrando la naturaleza de tu vida. Puede que no lo sientas agudamente en este momento, pero eso es ser humano”.
Nuevamente, no apartes la mirada. Date cuenta de lo que estás viendo.
El siguiente es alguien que ha fallecido. En esta cultura, por lo general es un acontecimiento raro; en otras culturas y épocas, ver un cadáver no era nada fuera de lo común. Pero estas enseñanzas surgieron en tiempos en los que, por ejemplo, no existía la fotografía. Tenemos una oportunidad diferente. Cada vez que veas una imagen de alguien del pasado, cada vez que veas una fotografía de alguien que ya no está con nosotros, puedes hacer una pausa y considerar el hecho de que esa persona ya murió y que tú también lo harás, que no hay escapatoria. No es un castigo; no es algo injusto. Simplemente es como somos.
Y luego está el último mensajero divino. A éste tenemos que examinarlo un poco; viene de un lugar diferente. El último mensajero es “un criminal castigado”. Esta imagen, por supuesto, pretende recordarnos al karma, pero apunta a una definición estrecha del mismo, algo más cercano a la “justicia”. Es posible que la gente haya tenido más fe en el sistema de justicia penal hace dos mil quinientos años, pero si alguien me señalara a un “criminal castigado” hoy en día, no asumiría sin más que la persona ha recibido su merecido. ¿Cómo podría yo saberlo?
Si un mensajero divino no envía el mensaje que se pretende, puedes ignorarlo. Encuentra algo nuevo. En este caso, buscamos algo que nos recuerde al karma; por suerte, literalmente todo lo hace. Cada vez que no encuentras las llaves, es porque las has puesto en otro sitio. Eso también es karma: no tiene por qué asemejarse a la justicia. No tiene por qué ser un equilibrio de la balanza: esa es una visión simplista y peligrosa. Es simplemente que realizamos acciones, y algo resulta de esas elecciones.
Cuando exhalas, tu cuerpo necesita volver a inhalar. Así, varias veces por minuto, tienes un recordatorio de que lo que haces tiene su importancia, de que lo que haces ahora te llevará a algo más. Siempre cargamos con ese peso, pero también podemos elegir ese peso en la forma en que nos sentamos y nos ponemos de pie y caminamos y hablamos, porque de nuevo, ¿qué otra opción nos queda?
Podemos quedarnos tan atrapados en la idea de que esta tradición y práctica tienen el propósito de perfeccionarnos de alguna manera o de purificar nuestra visión. Aunque pertenezcamos a una tradición que nos dice que no lo veamos así, esa puerta en particular aparece ante nosotros sumamente ancha, abierta y seductora. Pero si elegimos ese camino, si intentamos atravesar esa puerta, entonces pasamos de largo de esto: lo que realmente se nos ofrece.
Tal vez, en el futuro haya una mejor versión de ti, una más sabia y compasiva. Pero en este momento, no necesitas centrarte en eso en absoluto. Pero no te mientas a ti mismo sobre la naturaleza de tu vida. Eso es lo que dicen estos cinco. Recuérdalos todos los días. Conviértelos en el aire que respiras. procésalos. Y entonces, decidas lo que decidas hacer con tu vida, las acciones que elijas tomar provendrán de una total honestidad, de una total transparencia.
De eso tratan estos cinco. No son algo que esté ahí fuera. No son algo que esté por venir.
Si quieres hacer de esto un proyecto, toma una tarjeta de 5×7 y escribe los Recordatorios, y pégala junto a tu espejo. Pégala en la barra de la cocina. Colócala en tu escritorio. Deja que estas cinco verdades impregnen tu piel. Siempre las has conocido, porque siempre han sido verdad. Pero es mejor recordárnoslo de todos modos.
Koun Franz es un sacerdote Soto Zen. Dirige la práctica en Thousand Harbours Zen en Halifax, Nueva Escocia.
ACERCA DE ESTEFANIA DUQUE (TRADUCTORA)
Estefania es licenciada en Lenguas Modernas e Interculturalidad por la Universidad De La Salle Bajío. Creció en la calidez de la comunidad budista de Casa Tibet México y actualmente cursa un Programa de Formación de Traductores de Tibetano en Dharma Sagar, con la aspiración de traducir el Dharma directamente del tibetano al español.