El samaya como relación simbiótica
Damchö Diana Finnegan habla del vínculo gurú-discípulo en el budismo Vajrayana y de cómo manejarlo de forma saludable y beneficiosa. The post El samaya como relación simbiótica appeared first on Lion’s Roar.
Durante mucho tiempo, consideré el samaya como el vínculo íntimo de cuidado en el que los estudiantes aceptan encomendarse enteramente a un maestro, y el maestro acepta actuar enteramente de forma que beneficie al estudiante. Esta comprensión no surgió principalmente de lo que se enseña durante y después de las iniciaciones, sino de cómo oí que se utilizaba el término en el tibetano más vernáculo. La idea de que dos personas pudieran comprometerse de este modo me pareció hermosa e inspiradora.
Luego, hace algunos años, cuando empecé a colaborar como aliada de sobrevivientes de abusos por parte de maestros Vajrayana y a escuchar sus historias, me quedó claro que la noción de samaya ha sido uno de los principales mecanismos de coerción en estos casos de abuso.
Todas las sobrevivientes que conozco son fuertes y excepcionalmente inteligentes. Yo estaba segura de que no habían malinterpretado lo que se les había enseñado. ¿Acaso se había tergiversado el concepto de samaya e instrumentalizado contra ellas? ¿Es el samaya inherentemente conducente al abuso? ¿Será anticuado e inapropiado para nuestros tiempos? ¿Tiene todavía algo sabio o bello que ofrecernos?
La interpretación común del vínculo del samaya
La persona que nos ofrece el dharma puede convertirse en una figura fundamental en nuestra vida espiritual, y las diferentes tradiciones budistas tienen formas distintas de ver y trabajar dentro de esa potente relación. El samaya es una característica exclusiva del budismo Vajrayana, que abre un portal a la comprensión del vínculo entre maestro y alumno, o gurú y discípulo.
Un gurú establece el samaya con sus discípulos durante un empoderamiento Vajrayana, creando así un vínculo sagrado entre el estudiante y el maestro y, al mismo tiempo, definiendo la conducta necesaria para mantener ese vínculo. “Samaya” puede referirse a esa relación sagrada o a los votos y compromisos específicos con los que se honra ese vínculo. Mi traducción preferida es “vínculo sagrado”, destacando el aspecto relacional, pero también puede traducirse como “juramento sagrado”, “compromiso vajra” o simplemente “compromisos”, resaltando el aspecto del voto.
Creo que es justo decir que a muchos estudiantes del Vajrayana se les ha enseñado acerca del samaya principalmente como sus votos de lealtad, servicio y obediencia a su gurú, y su compromiso de dedicarse diariamente a la recitación de mantras o a la práctica de una sadhana.
Obligaciones (y consecuencias) para los estudiantes
Los votos pueden ayudar a crear una comunidad al articular lo que podemos esperar unos de otros. Lo ideal sería que los votos del samaya dejaran claro cuáles son los términos de la relación entre maestro y alumno. Sin embargo, las enseñanzas sobre el samaya insisten mucho en las obligaciones de los alumnos para con el maestro, pero muy poco en los compromisos del maestro para con los alumnos.
Todo practicante con trayectoria en el Vajrayana habrá oído hablar de las catastróficas consecuencias kármicas de romper los votos del samaya. Se les hace sentir personalmente responsables de mantener sus votos mediante descripciones del infierno especial que espera a quienes rompen el samaya. Y, colectivamente, los estudiantes son responsabilizados por la propia comunidad mediante el mandato de rechazar a cualquier compañero que haya roto sus votos. Pero, ¿quién ha oído hablar de consecuencias para el maestro por no cumplir su parte de la relación? Uno se queda con la impresión de que la labor de mantener el vínculo del samaya entre maestro y alumno recae enteramente en el alumno.
Sin embargo, las enseñanzas budistas sobre la interdependencia demuestran que no existe una relación que afecte sólo a una parte y no a la otra. Incluso en las relaciones en las que el poder está terriblemente desequilibrado, como entre gurú y discípulo, cada parte está dando y recibiendo algo. Ambos cambian de algún modo al entablar la relación.
¿Hay alguna manera de recontextualizar esos votos y encontrar el camino de vuelta a una base para reconocer las transgresiones de los maestros por lo que son, y hacerles responsables ante los alumnos?
Estas enseñanzas sesgadas sobre el samaya han permitido el abuso de múltiples maneras. En primer lugar, la obligación kármica y colectiva de obedecer todas las órdenes del gurú hace prácticamente imposible que los practicantes serios del dharma nieguen su consentimiento cuando se les presiona para que ofrezcan servicios sexuales a su gurú, y ha habido muchos casos así. Expresar la ausencia de consentimiento se convierte en algo éticamente imposible y soteriológicamente desastroso porque negarse a algo ha sido (equívocamente) interpretado como romper el samaya. Se dice que la transgresión de los votos del samaya pone obstáculos inamovibles en el camino hacia el despertar y nos sitúa más allá de los límites éticos y sociales.
Muchos estudiantes no adquieren sus primeros compromisos de samaya voluntariamente. A menudo las personas incurren en el samaya sólo después de que un maestro les aconseja que reciban de ellos un empoderamiento. Durante ese ritual, se suele hacer repetir a los alumnos ciertas sílabas en lo que para ellos es una lengua extranjera, y sólo después se les informa que han jurado obedecer todas las órdenes del gurú y abstenerse de criticarlo. De este modo, los alumnos acaban jurando obediencia sin darse cuenta y sin tener la oportunidad de decidir si realmente desean cumplirla. Con ello, se han establecido las condiciones para la coacción, en nombre del dharma. Habrá poca o nula orientación explícita sobre cuáles son los compromisos éticos del gurú con los discípulos, dejando a los estudiantes en la ignorancia en cuanto a lo que está dentro de los límites de esa relación y lo que no.
En tercer lugar, apenas se habla de la responsabilidad de los maestros ante los alumnos. La mera idea de que los alumnos puedan exigir responsabilizar a los maestros es un anatema en muchas comunidades Vajrayana.
¿Qué se dice de la responsabilidad del gurú Vajrayana hacia sus alumnos?
Los textos canónicos nos dicen que los maestros Vajrayana están obligados a investigar la preparación de los estudiantes antes de darles iniciaciones, y a abstenerse de conceder iniciaciones a quienes no estén preparados. El no hacerlo va en contra de su samaya. En términos Vajrayana, es responsabilidad del maestro determinar si un estudiante es un “recipiente adecuado” para las enseñanzas del Vajrayana. Esto es lógico, ya que antes de recibirlas, el alumno no sabe lo que dicen esas enseñanzas y, por tanto, no se puede esperar razonablemente que evalúe si puede estar a la altura de ellas. Esta obligación hace recaer en el maestro todos los argumentos que se oyen culpando a los estudiantes de no estar a la altura del reto que supone la relación estudiante-maestro Vajrayana.
En términos más generales, se entiende que un auténtico gurú Vajrayana ofrece compasión y atención altruista a los estudiantes, mientras que éstos ofrecen devoción y servicio leal al gurú. Se explica que cuando la compasión del gurú y la devoción del discípulo se encuentran, surgen bendiciones que aceleran a los estudiantes en el camino Vajrayana hacia la iluminación.
Idealmente, el samaya del gurú con los estudiantes implica actuar exclusivamente de manera que beneficie desinteresadamente a los estudiantes. Si este es el caso, explotar a los estudiantes, por ejemplo, utilizándolos para la propia gratificación sexual, ¿no rompería el samaya del gurú? He planteado esta pregunta y he escuchado respuestas, de primera y segunda mano, de varios maestros del Vajrayana, todos ellos famosos por su erudición y reconocidos por sus linajes con títulos como Gueshe, Khenpo y Rinpoche. Cada uno decía que el samaya entre gurú y alumno se rompería cuando el gurú pidiera a los alumnos que les prestaran servicios sexuales. Por lo tanto, según esta interpretación doctrinal, los estudiantes que están siendo presionados para tener relaciones sexuales ya no están obligados por ningún compromiso de samaya a obedecer. El gurú ya ha roto ese vínculo sagrado con el discípulo.
A la mayoría de las sobrevivientes que conozco les habían enseñado que sus compromisos de samaya las obligaban a cumplir con las exigencias de sexo del gurú. A veces era el gurú quien lo decía, otras veces era la comunidad que lo rodeaba.
Hacer preguntas sobre las obligaciones de samaya del gurú para con los estudiantes, iniciar conversaciones en nuestras comunidades Vajrayana y obtener claridad sobre este lado olvidado de la ecuación del samaya ayudará a ampliar sus presentaciones unilaterales. No tengo permiso para citar a los maestros al respecto; espero que algún día los maestros eruditos del Vajrayana dejen constancia de sus posturas. Podría empezar a aliviar parte del dolor infligido a los sobrevivientes de abusos cuando son avergonzados y rechazados como supuestos “quebrantadores del samaya” por sus hermanos y hermanas del dharma. (Debemos tener claro que esta aplicación sesgada del samaya y el énfasis en la obediencia incuestionable la prestan fácilmente a la “instrumentalización”, como la han llamado Ann Gleig y Amy Langenberg).
De la serie “Underwaterlilies”, 2011. Fotografía de William Scully.
El camino de vuelta
¿Existe alguna manera de recontextualizar esos votos y encontrar el camino de vuelta a una base para reconocer las transgresiones de los maestros por lo que son, y hacerles responsables ante los alumnos? Los textos canónicos y la sabiduría contenida en el uso vernáculo del tibetano ofrecen sugerencias para hacerlo.
El término sánscrito samaya tiene su origen etimológico en la idea de “reunión” o “lugar de encuentro”. En los textos Vajrayana, el vínculo samaya entre maestro y alumno es una manifestación de una comprensión mucho más amplia del samaya como “lugar de encuentro”, específicamente para que el jnana (sabiduría primordial) se encarne. Así pues, el samaya puede surgir cuando se da forma a una deidad en un mandala u otra representación, en un empoderamiento o a través de la visualización durante la práctica de una sadhana. La relación entre gurú y discípulo también constituye uno de esos puntos de encuentro en los que la sabiduría puede tomar forma en la vida de los alumnos. Cuando se codifica en un conjunto de votos, el samaya sirve como guía ética para vivir de tal manera que encarnemos esa sabiduría.
Visto en su contexto original, el samaya es claramente mucho más amplio y sutil, y abarca mucho más que la interpretación común del samaya limitado a la promesa de obedecer a cualquier autoridad religiosa o realizar una liturgia una vez al día.
Dado que el samaya es un concepto exclusivamente vajrayana, la mayoría de nosotros habremos oído el término en un contexto budista tibetano, donde se traduce como dam tshig, pronunciado “damtsik”. Damtsik significa literalmente “palabras que comprometen” y, por tanto, implica una promesa, juramento o compromiso. Sin embargo, los tibetanos también utilizan el vocablo para describir relaciones importantes y las responsabilidades que conllevan para ambas partes, subrayando la naturaleza bidireccional de las relaciones.
Uno de mis maestros, Tai Situ Rinpoche, hablaba del samaya como algo que existe de forma natural entre dos personas cualesquiera y entre los seres humanos y el mundo natural, y sugería que las crisis ecológicas actuales son una señal de que los humanos hemos “roto nuestro samaya” con la naturaleza y, por tanto, las montañas y los océanos ya no acatan los términos de su relación con nosotros.
En sus escritos sobre Sera Khandro Dewai Dorje, yoguini tibetana de principios del siglo XX, Sarah Jacoby describe el término “damtsik” utilizado en referencia al vínculo de la yoguini con una montaña sagrada concreta. Sera Khandro narra cómo se estableció un vínculo sagrado entre ella y la montaña, llamando a esta relación el “damtsik del lugar sagrado y el huésped”.
Dentro de ese damtsik, hay una interacción mutua, ya que ambas partes se hacen y cumplen peticiones mutuas. Como huésped, Sera Khandro honra una petición de la montaña sagrada de ofrecerle nutrientes y eliminar de ella elementos contaminantes, de forma ritual. A su vez, la montaña honra la petición de la yoguini de revelarle tesoros ocultos.
Esta narración nos dice que cuando dos partes se unen en una relación de cuidado mutuo, cada una dando y recibiendo de la otra, surge el samaya. Cuando reconocemos el samaya o damtsik como un vínculo sagrado presente en todos los intercambios y en todas nuestras relaciones, empezamos a ver cómo podría abrir un lugar para que la sabiduría tome forma en nuestras vidas.
Mientras exploramos nuestros compromisos con nuestra familia humana y no humana a la luz de la injusticia climática, ecológica y social, podemos inspirarnos en el recordatorio del samaya de que las relaciones son sagradas y exigen algo de ambas partes, siempre.
Reducir el samaya a la obediencia incondicional a un maestro vajra es un terrible empobrecimiento de la visión expansiva y abarcadora de la vida que los hablantes tibetanos mantienen viva en su uso diario de los términos damtsik o samaya. Además, ha permitido que el samaya sirva repetidamente como herramienta de coerción y de daño devastador en los numerosos casos de abuso que han salido a la luz en contextos Vajrayana.
¿Dónde nos deja esto?
Por un lado, tenemos una visión vasta y liberadora en la que abrazamos nuestra conectividad. Por otro, una noción de servidumbre voluntaria a un maestro vajra humano. ¿Dónde nos deja esto?
En la India, no existía una lista fija de votos de samaya. De hecho, no hay dos tantras que compartan la misma lista. Alrededor del siglo XII, varios siglos después de la llegada del budismo al Tíbet, los maestros tibetanos empezaron a codificar conjuntos de votos de samaya. En algunos de los primeros textos, los votos podían ser sumamente transgresores, pero las versiones estandarizadas que se desarrollaron posteriormente tendían a omitir los votos que más lo eran. Merece la pena destacar esta historia de modificaciones, ya que el samaya se presenta muy a menudo como ahistórico, universal y monolítico. Y no es ninguna de esas cosas.
La comprensión del samaya que uno encuentra hoy en día también es producto de condiciones históricas y consideraciones institucionales. El hecho de que, en ocasiones, se haya transmitido de forma unilateral y se haya utilizado con éxito para justificar y enmascarar los abusos puede corregirse, pero sólo si los maestros y las comunidades Vajrayana consideran que es lo suficientemente importante como para hacerlo.
Damchö Diana Finnegan es traductora, escritora y cofundadora de la Comunidad Dharmadatta, una comunidad hispanohablante que sitúa las cuestiones de género y ecología al centro de la práctica budista. Ha coeditado y traducido Interconnected: Embracing Life in a Global Society y The Heart Is Noble: Changing the World From the Inside Out. Desde 1999, mantuvo los votos monásticos durante más de dos décadas.
Damchö Diana Finnegan is a translator, author, and cofounder of Comunidad Dharmadatta (Dharmadatta Community), a Spanish-speaking community that locates gender and ecological issues at the heart of Buddhist practice. She co-edited and translated Interconnected: Embracing Life in a Global Society and The Heart Is Noble: Changing the World From the Inside Out. From 1999, she held monastic vows for over two decades.